viernes, 20 de julio de 2012

Que se vayan


Sé que no tengo la culpa. Siento que no la tengo.

Siento que, bien sobrepasados los cincuenta, no he vivido jamás por encima de mis posibilidades. Lo sé.

Entonces ¿por qué me siento culpable? ¿tal vez por un desmedido sentido de la responsabilidad (si es que tal cosa cabe)? ¿Quizás porque, en un supremo gesto de amor quiero ofrecerles un culpable, un chivo expiatorio en quien descargar su legítima indignación? ¿ alguien que esté dispuesto a dejarse rebanar  el alma llegado el caso? ¿ alguien que no huya detrás de la palabras, las grandes palabras y las palabras mezquinas, que no les engañe de nuevo, que no vomite bazofia intelectual para explicar lo injustificable, lo injusto?

Eso no lo sé. Ese sentimiento no lo entiendo bien.

¿Debo pedirles disculpas? No, por supuesto, a ningún poder, a ninguna institución, a ningún gobierno. Pero ¿y a ellos?  No es una conversación para tener en tales términos, pero si la tuviera sé muy bien la respuesta. Siento la respuesta en su calor cercano. Son generosos: otros hubieran quemado ya cualquier cosa que fuera combustible; por joder; con razón.

Más de 40.000 españoles se han marchado este año de 2012 fuera de España. A buscarse la vida. Tienen entre 25 y 45 años  según el Instituto Nacional de Estadística y son personas muy formadas.  Me rio yo de la prima de riesgo. Esto sí que es una tragedia.

¿Saben qué? Si tienen las agallas suficientes, que se vayan. Y si alguien les habla de patriotismo que se rían en su cara. ¿Quién puede tener la desfachatez suficiente, la crueldad necesaria para pedirles que se queden en nombre de la patria? ¿Qué coño es la patria? Ellos son la patria y son otros quienes la echan al sumidero de la historia.

Aquí seguiremos los viejos o los casi viejos. Haciendo lo que podamos aunque nos duela el espinazo. Malviviendo si hace falta. No ocurrirá, pero si sienten la necesidad de buscar culpables, aquí estaremos dando la cara. Ellos son nuestros hijos y nosotros somos sus padres. Y los otros, los que dicen hacer aquello que no quieren, los que lavan su conciencia de fariseos con golpes de pecho, unos extraños.