Termino de
leer un librito del que Fernando Savater -al que mucho aprecio…salvo cuando se
sube a la higuera o al púlpito- ha dicho: “Un ensayo polémico y exageradamente
inteligente que reivindica la complejidad de la palabra frente a las videosimplezas y el conocimiento frente
a la mera información” Aquí le doy la razón. Se trata de La carrera hacia ningún lugar, del profesor Giovanni Sartori
(Penguin Random House 2016) Lo recomiendo vivamente: no se sin son “exageradamente
inteligentes” (ay, las ocurrencias de Savater) estos diez ensayos tan breves
como luminosos sobre asuntos ciertamente polémicos, pero la capacidad de
Sartori para decir mucho en pocos párrafos y hacernos asentir embobados o fruncir
el ceño alternativamente, es proverbial.
Uno de estos
textos se titula La ética de la intención
y la ética de la responsabilidad en referencia a la distinción clásica de
Max Weber que Sartori aplica al concepto de integración de los musulmanes (ya
sean emigrantes o naturales de segunda o tercera generación) en las democracias
europeas y occidentales en general. Daría para varias tesis doctorales lo que en
esta obra se nos propone en unas cuantas ideas; dejémoslo ahí porque quiero ir
por otro lado.
Pero Sartori
emplea un palabro que me ha llamado la atención: “…esta experiencia ejemplar -se
refiere a la pervivencia de comunidades musulmanas que resisten sin integrarse
en absoluto en un medio hostil como es la India actual- deberían estudiarla nuestros
izquierdistas, pues contrasta con el facilismo con el cual nosotros hablamos
de integración”
“Facilismo”
dice Sartori y se le entiende perfectamente. Y a mi me ha recordado dos cosas: otro palabrón que hace fortuna entre nosotros: buenismo,
algo que conceptualmente está en esa distinción de Weber, aunque sea en gran
media una mera excrecencia, y lo que le pasa a nuestras izquierdas en este triste
presente que padecemos desde diciembre pasado. Debe de ser el calor: uno
empieza leyendo un librito que promete ser ligero pero interesante y acaba
filosofando sobre la intención y la responsabilidad, la bondad y el pragmatismo…
Se comprenderá
que me resulta intelectualmente despreciable el uso del vocablo buenismo, cuando más allá de tildar a
alguien de ingenuo, se pervierte la palabra “bueno” hasta esos extremos,
simplemente para insultar. Se diría que quien lo hace es partidario más bien
del malismo lo cual es, además de absurdo, francamente estúpido. Pero lo que
hay detrás de aquella palabreja tiene algún sentido.
Decía Weber
que ante el político en ejercicio siempre se presentan dos posibles
actitudes: la de la ética
absoluta, no condicionada, y la de la ética
de la responsabilidad. Para la primera importan las convicciones, la pureza de
intención, que pueden otorgar la religión, una idea del mundo, un conjunto de
valores…La segunda atiende a los efectos de las acciones que se emprenden y alcanza
incluso hasta las consecuencias no previsibles de esas acciones que deben ser
asumidas a la postre.
Si tuviéramos
que hacer una caricatura diríamos que quien se guía por la ética de la
intención se parece a un fundamentalista o a un bobalicón…¿tal vez, es un
populista?; quien lo hace por la ética de la responsabilidad está más en que,
finalmente, el fin justifica los medios y esto puede incluir una meta que no es tanto
un objetivo en sí mismo, como la evitación de otro. Insisto: es una caricatura
que, no obstante, nos sirve para marcar extremos. Diríamos más: el principal defecto de la ética de la intención es el mal no querido como consecuencia de la
acción bienintencionada, mientras que el de la ética de la responsabilidad es el mal aceptado como medio para un
fin que consideramos (o acordamos) bueno.
Así es que debemos
resolver este asunto en el equilibrio, en lo complementario. ¿Ustedes creen que
saben algo de esto los dirigentes de PSOE y Unidos Podemos? Obviamente no
porque Rajoy sigue en donde estaba y es probable que siga mucho tiempo. Y el
caso es que, al menos Iglesias, Errejón y Monedero sí han leído mucho a Weber. Y todos saben sumar.