domingo, 7 de septiembre de 2014

Pujol y los símbolos

¿Qué es peor, la presunta corrupción de Pujol o la presunta  ingenuidad de González asegurando que Pujol no le parece un corrupto?
A bote pronto, naturalmente, es mucho peor robar que manifestarse acorde con la bendita inocencia con que la Providencia, siempre inexcrutable, dota a veces a sus criaturitas aunque tengan éstas más conchas que un galápago.
Pero desde el punto de vista, estrictamente (no se me vaya a entender de forma torcida) de la simbología social, tanto da.
A la mente le cuesta trabajo abarcar toda la complejidad de la vida, lo intrincado de las relaciones sociales y los vericuetos por los que transitan las ideas, las motivaciones y las conductas, individuales y colectivas. Es, sencillamente, que el ser humano resulta a  la postre incapaz de ser omnicomprensivo por más que lo intenten los filósofos.
Por eso hemos inventado los estereotipos y los tópicos que, por cierto, tienen una injustificada mala fama: nos ofrecen una realidad comprimida, asumible, que nos permite seguir viviendo con lo nuestro de cada día con solo echar una mirada en derredor; el problema es cuando alguien cree que a eso se reduce todo.
Por eso son necesarios también los símbolos aunque, obviamente, no sean suficientes para vivir.    
Pujol, como González, son símbolos: para la gente de mi edad lo son; son como señas de identidad de toda una vida: su nombre y su imagen evocan mi juventud; aluden a sueños de libertad, de modernidad; se refieren a lo que queríamos ser los españoles con esperanza incluso más allá de las ideologías y las opciones políticas…en fin, sería imposible enumerar aquí los infinitos perfiles de esa complejidad a la que me refería antes.
Por eso, cuando uno descubre que Pujol lleva robando a los españoles, a los catalanes y quien se pusiera a tiro toda la vida y González se manifiesta como lo haría un niño o un bobo o qué se yo, a uno se le pone cara de gilipollas, un semblante de una gilipollez infinita, injustificable, inexplicable, insoportable.