martes, 27 de diciembre de 2011

El amor

“El amor debe justificarse por sus resultados en la intimidad del cuerpo y del espíritu, en el calor, en el contacto tierno, en el placer: Si tiene que ser justificado desde el exterior, se revela de consiguiente injustificable"

Lo escribió Aldous Huxley en Contrapunto (1928) y yo lo anoté en febrero de 1983, ignoro por qué, más allá del sentido del párrafo mismo. Es lo que tiene apuntar las cosas, que luego no recuerdas el motivo real por el que se hizo. Más aún, desde el 83 han pasado casi 30 años y a saber quién era yo entonces. No estoy seguro de quien soy ahora, como para acordarme del tipo aquel.

Supongo que lo anotaría porque estaba de acuerdo. Dificilmente guardamos aquello que no nos gusta. Y lo curioso del caso es que a pesar de que apenas si recuerdo en detalle a aquel joven, ahora, cuando los años vuelan, me sigue pareciendo que  nos obstinamos en buscar la aprobación de los otros a nuestros actos, el refrendo a nuestros sentimientos. Y es un empeño inútil. Tal inútil como dañino porque nos extraña de nosotros mismos. Nos convertimos conscientemente, como escribió Borges en Ficciones, en el resultado de un sueño: el de los otros. Y no conseguimos resolver nada sustancial; nada significativo averiguamos.
Sigue teniendo razón el viejo Huxley, el amor no puede justificarse desde fuera de quienes aman, aunque éstos consciente o incoscientemente lo busquen. Pero aún creo más: ni siquiera se justifica más allá de uno mismo, más allá de quien ama.  Ser amado no es la justa correspondencia al amor que se da; y pedirlo, establecer esa condición, es mermar la propia capacidad de amar, pervertirla.

Amar y ser amado. Claro, perfecto ¿o no? No: tranquilizador, reconfortante, lo que quieran, pero no se ama a la perfección; amamos de forma imperfecta porque no podemos ni sabemos hacer otra cosa. Así es que si puede haber justificación es solo en el instante en que amamos, ni antes ni después. Es solo en ese momento cuando reconocemos el amor; no cuando hablamos de él; no cuando nos sentimos desdichados; no cuando lo buscamos desesperadamente; no cuando lo mendigamos o nos empeñamos en destruirlo; no cuando confundimos los sentimientos. Sí, es en la intimidad. Pero concierne a uno mismo, aunque esté en presencia del otro. Solo a uno mismo. El problema es que somos tan débiles, tan vulnerables, que también en eso solemos engañarnos a nosotros mismos y, por tanto, al otro.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Más que crisis

Confieso que me mareo. Aparte los efectos letales de la crisis propiamente dicha, esto es: el desempleo creciente, el incremento de la exclusión social, el vértigo de los recortes en las prestaciones sociales y un extenso catálogo de penurias que, sin duda, serán más y peores en los próximos años, hay algo que me hace perder pié en la realidad: es el ruido, la inversión del lenguaje, la aceptación por buena parte de la gente del destino que alguien ha dictado desde algún remoto -por la distancia física o moral- lugar o, tal vez, desde la aleatoriedad de un mecanismo.

Uno no sabe de esas cosas y, a lo sumo, acierta a entender que el eufemismo “los mercados” debe ser sustituido por “los especuladores” mucho más conveniente a nuestro modo de raciocinio que se lleva mal con las abstracciones si a continuación ha de actuar para defenderse o debe aceptar lo inevitable. Pero el otro día escuché a un experto decir que, en realidad, el efecto de “los mercados” puede ser el resultado de operaciones que realiza un ordenador o grupo de ordenadores cuyo software reacciona en función de las circunstancias: es decir, la propia máquina dicta ordenes acorde a los intereses previamente programados con un único fin objetivo: el beneficio. Se me pusieron los pelos como escarpias.
Pero hay asuntos más cercanos que, precisamente por su cercanía, me parecen incluso más pavorosos.

Por ejemplo, esta secuencia: España necesita cambiar su modelo productivo; de donde se sigue que necesitaremos no menos de una década para alcanzar ese deseable nuevo esquema; siendo así que una generación es 15 años, lo que ocurre es que vamos a sacrificar precisamente una generación. O sea: los chicos y chicas más preparados de toda nuestra historia, esos que han hecho una inversión personal notable, esos en los que el Estado ha empleado ingentes recursos, o se irán a entregar tales activos en otro país, o malvivirán para siempre, para siempre sí, en el suyo cada vez más empobrecido; un país, este sí, para viejos...pobres. La escena es terrible, pero lo es mucho más que en la sociedad se extienda la especie de que resulta inevitable y se acepte sin apenas rechistar.

Alguien habla de minicontratos como si esto fuera Bangla Desh o zonas remotas de Brasil (que le pregunten a Zara) y hay quien le ríe la gracia: bueno -dicen- despues de todo, mejor eso que nada; otro se permite asegurar que los parados de larga duración mayores de 50 años no son el mayor problema pues, en general (qué demonios querrá decir “en general” en este asunto) tienen su vida resuelta, y quienes peinan canas saben que ya nadie se ocupará de ellos; aquel habla de privilegios cuando se refiere a los funcionarios públicos porque tienen trabajo, como si eso fuera una lotería y no un derecho constitucional; uno más mira a los desempleados como si fueran delincuentes y a los dependientes como una carga insoportable…
Unos celebran lo que parece una victoria y es en realidad la expresión inversa de un fracaso; otros, los que fracasaron, no salen de su perplejidad y se reúnen ahora para lamerse las heridas y tratar de inventar la pólvora de nuevo.

Confieso que me mareo. Es curioso, tanto tiempo prefiriendo lo posible a la utopía; tanta vida razonando sobre lo óptimo y lo bueno, tanta paciencia, tanto cálculo, para que ahora me sienta seguro entre la gente que se reúne en una plaza y sueña.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Rosell

Tiene Rosell, presidente de los empresarios, alguna virtud; no digo que no. Por ejemplo: cuando se manifiesta pone una cierta distancia mayestática como corresponde a su alta magistratura, se expresa bastante bien y es hombre de sutilezas. Casi siempre.

No sucede lo mismo con alguno de sus vicepresidentes que suele adoptar aires entre campechanos y bordes, salvo que  esté adulando a políticos de su devoción no precisamente mariana, en cuyo caso es todo ternura.
Al segundo se le entiende todo. También al primero. Y a los dos se les ve venir a la legua crecidos como están.

Las dos perlas más recientes del empresariado militante son los llamados minicontratos, o miniempleos o como se les quiera llamar, y lo que Rosell cree que se debe hacer con los empleados públicos.

Lo de los minicontratos es una cosa que, por lo visto, inventaron los alemanes (así es que, ya está: es cojonuda) y que los empresarios españoles tratan de vender como la leche en bote: sí, se cobra poco, pero se trabaja pocas horas, se elige el horario, etc. O sea que si estás en el paro vas al empresario y le dices: a ver que quiero currar de 8 a 10 los lunes; de 19 a 21 los miércoles y luego pues, así a ratos; vale, 400 pavos y la mierdecilla de la Seguridad Social; menos es nada. Os estrecháis la mano y a levantar el país codo con codo y en pié de igualdad a toda velocidad. Algo así es lo que dicen ciertas multinacionales que localizan talleres en el tercer mundo: esa gente cobra una miseria y no hay derechos que valgan, pero sin eso, seguirían siendo la miseria misma. Sí, vale, ya se que no es igual, que esto es Europa y no Bangla Desh; pues por eso.

En cuanto a lo de los empleados públicos, Rosell debería ser revestido por el Estado del poder suficiente, pues tiene la solución a tanta mangancia:  "Con los que no tienen trabajo hay que hacer lo mismo que hacemos en el sector privado, buscar soluciones, recolocarlos, reubicarlos y, si no hay más remedio, despedirlos. Hay que acostumbrarse a que en lo público las cosas sean igual que en lo privado" Digo yo que para qué "buscar soluciones" "recolocarlos" y "reubicarlos" Lo eficiente es despedirlos y ya está. Si las cosas "en lo público" han de ser como "en lo privado" pues lo que hay que hacer es privatizarlo todo, ¿a qué andarse con medias tintas? ¿no?

lunes, 12 de diciembre de 2011

Confusión

 
Hay como varios mundos que no parecen tener nada que ver unos con otros.

Los llamados países emergentes nos comen por los pies, hasta el punto de que ya hay una corriente migratoria que hace cuatro días como quien dice, sería impensable: gente joven, probablemente la generación mejor preparada de la historia, hace las maletas y se larga en busca de lugares en donde haya cosas por hacer y puedan hacerse.

Aquí, en la vieja Europa, el poder repite hasta la náusea que solo el crecimiento nos salvará del desastre y, de tanto insistir, nos hemos creído que no hay nada que rascar: hay que mandar a la mierda el estado del bienestar para conservar el estado del bienestar.

Entre tanto, quienes más ensucian el planeta, China, India, y USA, no asumen compromiso alguno para evitar la porquería mientras sea posible y antes de que nos inunde para siempre. La inmensa mayoría de la comunidad científica alerta del peligro de un cambio climático irreversible, pero eso a los profetas del corto plazo se la suda y entre los felices e indocumentados sigue presente la seguridad de que “Dios proveerá”

Estoy confuso…somos tan poca cosa.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Los pobrecitos ancianos

Se bien que en estos tiempos de penuria, en los que familias enteras carecen de recursos para mantenerse, explicar lo que sigue puede ser algo sin interés; un asunto menor en el que no cabe recabar la compresión de nadie y esperar apoyo de ninguna clase.
Y sin embargo, se me antoja un paradigma: el del olvido del estado de bienestar por asuntos que las almas bien pensantes y el universo de lo políticamente correcto ignoran porque, acaso, no siquiera conciben.
¿Me estoy refiriendo a la falta de apoyo social a quienes han de ocuparse de ancianos enfermos, singularmente los que padecen demencias de algún tipo; personas que los cuidan en casa y, casi siempre, mujeres? Ese es un problema muy grave, sí. Pero no, no es a eso a lo que quiero referirme.
Imaginen que tienen en casa un anciano. Es una persona amable con las visitas y con los médicos. Su cabeza funciona, es decir, está orientado, es capaz de recordar qué medicinas ha de tomar cada día y a qué horas, opina sobre asuntos corrientes, etc. No tiene ninguna enfermedad significativa. Hay un problema, sin embargo: muerde la mano que le da de comer. Es un síndrome real aunque no incapacitante que consiste en el empeño patológico de tratar de imponer su voluntad a quienes le cuidan siempre, sea cual sea el asunto de que se trate, no respetarles no ya como familia, ni siquiera como personas, etc. Con el tiempo y en especial si como aconsejan los especialistas no se le toleran las imposiciones, la cosa deriva en insultos y hasta en intentos de agresión hacia sus cuidadores.
Pero, ya digo, si le pasan un test, dará que es una persona perfectamente capaz y, por tanto, no existe posibilidad alguna de tomar decisiones por él/ella, aunque sea, si se me permite la expresión, en defensa propia. Es decir, no hay posibilidad de que un juez determine desposeerle de la capacidad de tomar decisiones de forma autónoma. Muy al contrario, de intentarlo, podría considerarse que se pretende atentar contra sus derechos individuales.
Si las victimas del venerable anciano acuden a los servicios sociales, o comentan el caso con allegados, lo que obtendrán son elogios de la paciencia y la necesidad de comprensión y, de paso, alguna velada crítica relacionada con la falta de tolerancia hacia nuestros mayores. Es decir, lo que cabría esperar de una sociedad pacata, que no desea enfrentar conflictos que no quiere ver porque no suelen salir del ámbito del hogar, una sociedad de lo políticamente correcto y del tópico, capaz de dejar que un viejo muera solo en su mugriento piso después de años de olvido, y mirar para otro lado cuando alguien tiraniza a los demás y encima cree que ser mayor le legitima para ello. Esto no es violencia de género, pero ¿a que les suena la música?
Estos ancianos son destructivos, letales, nocivos para quienes les cuidan. Y no es cierto que se hayan vuelto así como la edad: lo fueron siempre y si quienes los conocen se detienen a recordar detalles, actitudes y comportamientos de tiempos pretéritos se darán cuenta de que eran lo que son ahora; lo único nuevo es su condición de anciano con las circunstancias que le son propias a la vejez.
Y ¿saben qué es lo peor de todo? No, no lo saben la mayoría de ustedes, aunque tal vez alguien esté padeciendo o haya padecido una situación parecida y, entonces sí, lo entenderá perfectamente: lo peor es que cuando el infierno pasa, queda un vacío, una sensación de derrota, un sentimiento de haber padecido sin propósito y sin sentido, sin ninguna razón. Desapareció la pupa insidiosa, pero no era un cuerpo extraño y se percibe un hueco en los tejidos. No es ya un asunto personal. Es el fracaso de la condición humana, de la capacidad de amar; de entender y entenderse; es un borrón sobre tu propia historia, sobre tus recuerdos, sobre tu vida entera. Y no habrá servido para nada.