Hace
unos días, Gabilondo (Iñaki) en su locución matutina decía que si
Cifuentes no se cree lo que explica, es una mentirosa compulsiva y,
si se lo cree, entonces necesita acudir a un especialista. Bueno, a
mi me parece que ni una cosa ni la otra y las dos a la vez.
Por
razones profesionales, hace algunos años visitaba yo con frecuencia
los ayuntamientos de la Comunidad de Madrid. Era habitual ver a
Cristina Cifuentes por esos pagos, especialmente cuando se celebraban
Plenos en los que se ventilaba algún asunto de calado: un Plan General, una moción de censura, pongamos por caso. ¿Saben quien la
acompañaba casi siempre? Pues Paco Granados. Iban de apoyo moral a
los suyos...o algo.
Digo
lo anterior a título de botón de muestra en relación con el papel
de Cifuentes en el PP madrileño. O sea, no es que durante muchos
años CC fuera, poco más o menos, solo una militante de base. En
absoluto. Estaba en la pomada y en las cañerías, solo que no era muy conocida. Así es
que esta imagen que siempre ha pretendido mostrar de persona ajena a
los tejemanejes del Partido, es una construcción, una especie de
lifting, que ella se ha trabajado a modo durante años (se hace
la rubia, en expresión de ella misma) Las circunstancias hicieron
que al Partido le interesara el personaje, así es que lo compró; al
fin y al cabo, de mierda hasta las cejas, Cifuentes era aseadita,
entrañable, una tía guay, encantadora en la distancia corta hasta
hace nada -ya no- especialmente con los periodistas.
Pero
mintió siempre, quien sabe si desde la cuna, aunque esto deba de ser
matizado:. Quien se cree su propio personaje, miente en primera
instancia a sí mismo y, por tanto enseguida, a los demás. Y llega
un momento en que no es capaz de distinguir entre la verdad y la
mentira o, mejor dicho, son para ella la misma cosa. En realidad sabe
qué es verdad y qué es mentira, percibe cual es su propia
naturaleza y quién el personaje que ha inventado pero, por así
decir, se le ha roto el interruptor, el conmutador de la conciencia...y de la decencia.
El
cuento del máster es tan inverosímil, es tan absurda su postura,
que puede sorprender la contumacia con que vuelve a lo mismo una y otra vez y siempre a peor, del mismo modo que según se remueve la
porquería, la pestilencia aumenta.
Pero
miren su rostro en las últimas comparecencias: tras la máscara de la soberbia hay una expresión
que es mezcla de hastío y de cómo me puede estar pasando esto a mi, oyes.
Hasta su intento de culpar de todo a la Universidad Rey Juan Carlos
tiene algo de patético, de enternecedor.
Sinceramente,
yo quisiera ser compasivo con este ser sufriente, pero es que no se
va la jodía; y así, no hay manera.