miércoles, 13 de junio de 2018

Maxim Huerta


En este país de nuestras miserias y grandezas podemos pasar de tolerar un gobierno de ladrones a exigir uno de arcángeles sin despeinarnos. Tómense, naturalmente, el tópico, el estereotipo, el lugar común, como lo que son: representaciones esquemáticas de la realidad que nos muestran una impresión tan cierta como incompleta.

Cuando conocí la composición del Gobierno de Sánchez no me sumé al alborozo. Rarito y retorcido que es uno. Es que a mi eso de formar un equipo que, como dijo Sánchez, es “fiel reflejo de la sociedad española” a base de pasarse de largo en la paridad e incorporar figuras sorprendentes como un astronauta, un juez de derechas y un periodista (los dos últimos homosexuales notorios y militantes, lo cual a mi no me parece circunstancia baladí en las intenciones de Sánchez) de perfil más bien insustancial, entre lo intelectual y la prensa rosa, pues me pareció que tenía mucho de márketing del espectáculo.

Alguien ha dicho ya que vamos a ver más cosas, en referencia a lo que ha sucedido con Maxim Huerta. No me sorprendería según se deduce de lo que acabo de decir en el párrafo anterior; es que no se debe jugar con las cosas de comer.

El uso impropio de términos jurídicos por parte de plumíferos indocumentados hace que las cosas tomen dimensiones que no corresponden y así vamos conformando una realidad falsa que tiene, no obstante, efectos a veces devastadores sobre la vida de la gente. Dijo Huerta ayer en su discurso de despedida algunas verdades; una de ellas fue que ha tomado carta de naturaleza en la sociedad española la actitud de no escuchar, de tal modo que dan igual las explicaciones que se den.

Se dice que fue condenado por fraude fiscal y no es exacto, pero el uso de la palabra “condenado” instala un estigma que condiciona cuanto se diga a continuación.

Lo que hizo Huerta es lo que en el momento que lo hizo era una práctica muy común (y reto a cualquiera a que desmienta esto que digo; claro, no podemos contar por razones obvias con el testimonio de quienes, gentes conocidas o anónimas, hacían lo mismo) consistente en crear una empresa (3.000 euros más o menos era el coste) a fin de facturar los trabajos propios, tributando así por el Impuesto de Sociedades, mucho menos oneroso que el IRPF. Podía de ese modo declarar gastos que no eran propios de negocio societario alguno (la gasolina, el móvil, un apartamento en la playa, etc) seguro que a no pocos de ustedes les suena esto)

Tal comportamiento no por común era legal, pero Huerta, contumaz, siguió haciéndolo  tal vez mal aconsejado. Hacienda lo detectó, le reclamó el pago de tres ejercicios fiscales y le impuso una multa. El ex ministro, cabezón, reclamó y el Tribunal Económico Administrativo Regional de Madrid confirmó el criterio del Fisco. Maxim Huerta, erre que erre, recurrió al Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que volvió a tumbar sus pretensiones; esto dicen sus dictámenes que, de nuevo por precisar, no son propiamente sentencias: “Aunque es legítimo la interposición de sociedades profesionales, no lo es la creación de sociedades con la única finalidad de eludir parte de la carga fiscal sin aportar nada a la actividad que realiza el único socio, que las ha constituido y que las administra...Se trata de una sociedad que no añade valor a los servicios y de la que se podía haber prescindido y tiene por objetivo eludir los tipos impositivos del IRPF"

Así es que el ex hubo de agachar las orejas y pagar lo reclamado, la multa y las costas. Y ahí se acaba la historia...hasta antes de ayer.

Sinceramente, me preocupan menos lo adversarios políticos de Sánchez y su PSOE, a saber el PP y Ciudadanos, que los inmaculados y limpios de corazón en las filas propias o quienes, como Sabonarola, se suben enseguida al púlpito a enseñarnos el camino recto. Los primeros han hecho lo que cabía esperar en la batalla política: resaltar y magnificar el caso. Los segundos son muy cansinos y más bien patéticos insistiendo en cogérsela con papel de fumar.

Huerta perdió y pagó. Y ya está. No es un violador irredento; no es un criminal inhabilitado para el ejercicio de cargo público a perpetuidad: Y no me hablen de ética, que en democracia, en un estado de derecho, la moral pública la dictan las leyes, no nuestras particulares creencias. Diría más y solo por completar el cuadro: nadie consciente de haber delinquido se embarca en la interposición de recursos ante los tribunales nada menos que frente a Hacienda, salvo que sea muy corto o le asesoren muy requetemal.

Me resulta triste e irritante, que en el país en donde no dimite ni Dios por asuntos verdaderamente graves, se marche alguien sin motivo alguno, aunque sea un insustancial. Y no, no comparto la presunta bonomía de quien sostiene que es un caso de bien hacer escrupuloso: si alguien se va sin que haya razones de peso para ello, no está dando ejemplo, está haciendo el tonto. Y encima, el adversario le tomará por blando. No debió haber dimitido y Sánchez y los suyos, poco dados a los puñetazos encima de la mesa, no debieran venderlo como ejemplo de virtud porque es más bien una claudicación.