“Lo que le reprocho en la actualidad al mundo árabe es la
indigencia de su conciencia ética; lo que le reprocho a Occidente es esa
propensión que tiene a convertir su conciencia ética en herramienta de dominio…el
resultado es que Occidente no deja de perder credibilidad moral y sus
detractores no tienen ninguna.
Eso escribía Amin
Maalouf en El desajuste del Mundo (Alianza)
hace menos de tres años. Alguna razón tendrá este hombre de alma dividida, y a
menudo desgarrada, como condiciona sin duda su origen y vivencia libaneses.
Ha sido una lectura de estas vacaciones y la he
recuperado estos días para revisar algunos razonamientos de fuste en medio de
esta tormenta que no cesa y que ya se ha cobrado algunas vidas: los asaltos a
las embajadas de países occidentales (particularmente de Estados Unidos) en
países árabes.
Si hubo agravio en la película de Sam Bacile, La inocencia de los musulmanes, resulta
insufrible por desproporcionada, la reacción de quienes asaltan
representaciones diplomáticas con una furia que no veíamos hace tiempo. Esto es
obvio, incluso si Mahoma levantara la cabeza y se sintiera verdaderamente
ofendido (que lo dudo) como proclaman sus furibundos mentores.
Que la cinta sea pura bazofia (he tenido ocasión de ver
algunas secuencias y lo es: un panfleto insensato, innecesario y nada inocente)
es irrelevante, pues el tal Bacile tiene todo el derecho del mundo a mostrar en
público las excrecencias de su sentido estético si le place. Y diría exactamente
lo mismo si a un cineasta musulmán (es curioso que nunca hagan esa clase de
cosas) se le ocurriera tejer una historia en la que Cristo o Buda aparecieran
en situaciones que no describiré por mero sentido del buen gusto.
Pero me confieso perplejo cuando se enfrentan la
conciencia plena de que la libertad de expresión debe de ser preservada a toda
costa y la comprensión hacia quienes se comportan como resortes letales cada
vez que se rozan los símbolos de sus creencias, no otra cosa en realidad que un
pretexto, la espoleta de una bomba que la historia ha cebado.
Maalouf lo dice de este modo: “contrariamente al tópico establecido, el pecado
secular de las potencias europeas no ha sido el de querer imponer sus valores
al resto del mundo sino, precisamente, lo contrario: el haber renunciado
continuamente a respetar sus propios valores en sus relaciones con los pueblos
dominados”