sábado, 15 de septiembre de 2012

El asalto a las embajadas


“Lo que le reprocho en la actualidad al mundo árabe es la indigencia de su conciencia ética; lo que le reprocho a Occidente es esa propensión que tiene a convertir su conciencia ética en herramienta de dominio…el resultado es que Occidente no deja de perder credibilidad moral y sus detractores no tienen ninguna.
Eso  escribía Amin Maalouf en El desajuste del Mundo (Alianza) hace menos de tres años. Alguna razón tendrá este hombre de alma dividida, y a menudo desgarrada, como condiciona sin duda su origen y vivencia libaneses.
Ha sido una lectura de estas vacaciones y la he recuperado estos días para revisar algunos razonamientos de fuste en medio de esta tormenta que no cesa y que ya se ha cobrado algunas vidas: los asaltos a las embajadas de países occidentales (particularmente de Estados Unidos) en países árabes.
Si hubo agravio en la película de Sam Bacile, La inocencia de los musulmanes, resulta insufrible por desproporcionada, la reacción de quienes asaltan representaciones diplomáticas con una furia que no veíamos hace tiempo. Esto es obvio, incluso si Mahoma levantara la cabeza y se sintiera verdaderamente ofendido (que lo dudo) como proclaman sus furibundos mentores.
Que la cinta sea pura bazofia (he tenido ocasión de ver algunas secuencias y lo es: un panfleto insensato, innecesario y nada inocente) es irrelevante, pues el tal Bacile tiene todo el derecho del mundo a mostrar en público las excrecencias de su sentido estético si le place. Y diría exactamente lo mismo si a un cineasta musulmán (es curioso que nunca hagan esa clase de cosas) se le ocurriera tejer una historia en la que Cristo o Buda aparecieran en situaciones que no describiré por mero sentido del buen gusto.
Pero me confieso perplejo cuando se enfrentan la conciencia plena de que la libertad de expresión debe de ser preservada a toda costa y la comprensión hacia quienes se comportan como resortes letales cada vez que se rozan los símbolos de sus creencias, no otra cosa en realidad que un pretexto, la espoleta de una bomba que la historia ha cebado.
Maalouf lo dice de este modo:  “contrariamente al tópico establecido, el pecado secular de las potencias europeas no ha sido el de querer imponer sus valores al resto del mundo sino, precisamente, lo contrario: el haber renunciado continuamente a respetar sus propios valores en sus relaciones con los pueblos dominados”