Termino de
leer Los Tyrakis (Ana R. Cañil y
Joaquín Estefanía, Galaxia Gutemberg 2016) Me parece un contrapunto
imprescindible a tanta información política y/o económica. Es la historia
reciente de una familia griega.
El resumen que se me ocurre sobre la marcha es que si la familia no sirve para tejer una red solidaria y protectora que acoja a cualquiera de sus miembros que lo necesite ¿para qué diablos sirve? No es el amor, no es la tradición, no la costumbre…lo que nos libra de volvernos extraños es el apoyo cuando hace falta.
Naturalmente,
no estoy hablando de socialización, sentimiento de pertenencia e identidad…que
también; hablo de necesidad; hablo de que la vida pasa demasiado rápido como
para perder el tiempo esperando a que escampe, suponiendo que se nos aparecerá
la virgen y mirando al horizonte de la punta de nuestra nariz mientras alrededor
hay sufrimiento, soledad, abandono o precariedad entre los nuestros.
Grecia es un
país del sur; los griegos se parecen a nosotros y en una familia tan larga como
Los Tyrakis hay de todo: desde quienes
aceptan con resignación -a la fuerza ahorcan- lo que les pasa, a quienes creen
que aceptar sin más que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, eso que se dice de modo tan alegre e irresponsable, es de una
gran miseria moral, muy poca calidad humana y la santificación de una
injusticia criminal. Pasa allí. Y aquí.
Cuando
Franco y el Movimiento Nacional, nos dijeron que los pilares de la sociedad eran
el municipio, el sindicato y la familia. Pero aquella familia falsamente
patriarcal y secretamente matriarcal (parece que fue ayer) se fue disolviendo
en la modernidad hasta el punto de que hoy cabe dudar si cumple un papel que le
fue propio, si no hay otras instancias que lo hagan: proveer de estabilidad emocional, sobre todo porque ya no podemos
hablar, desde ese punto de vista y sin más, de “familia” y habría que precisar
a qué tipo de familia nos referimos; y esto aplicando distintos criterios demográficos,
socio-económicos, ideológico-culturales, etc.
No es ese el
asunto, sin embargo. Lo es que un día de finales de 2008 nos levantamos pobres; así, de
golpe. Y todo cambió. Como en Grecia, lo sucedido ha colocado a muchas familias
españolas al borde del colapso -sean de un tipo u otro- y ha cercenado de un
tajo las expectativas de muchos jóvenes y ya no tan jóvenes. Y hay muchos griegos y muchos
españoles que viven en el filo de la navaja.
Este cambio radical,
inesperado, ha obligado a muchos mayores a ayudar a sus hijos y/o a sus nietos,
con un triple efecto: la merma efectiva de la capacidad económica de cuantos
tiran de la pensión o de sueldos modestos, la frustración y la rabia de esos
mayores que se esforzaron toda la vida para poder sentir la alegría de que los
suyos volaran por sí mismos sin ataduras ni afectivas ni económicas y, lo más grave: la frustración y la rabia de
quienes han de aceptar la ayuda siendo como son en muchos casos personas más
preparadas que sus padres y deseosos de tener su propia vida sin depender de
nadie; el futuro debería ser siempre una promesa o una esperanza, pero hoy es una amenaza.
Personalmente
no creo en el modelo económico que lo explica todo a partir del crecimiento: el
crecimiento crea empleo y este da lugar a la emancipación y el bienestar, nos
dicen. Es una ecuación perversa como vemos cada día: en Grecia y aquí. Lo que
proporciona ese paradigma no es otra cosa que desigualdad.
Lean Los Tyrakis. Puede que nos explique
también a los españoles.