jueves, 12 de mayo de 2016

La familia


Termino de leer Los Tyrakis (Ana R. Cañil y Joaquín Estefanía, Galaxia Gutemberg 2016) Me parece un contrapunto imprescindible a tanta información política y/o económica. Es la historia reciente de una familia griega.

El resumen que se me ocurre sobre la marcha es que si la familia no sirve para tejer una red solidaria y protectora que acoja a cualquiera de sus miembros que lo necesite ¿para qué diablos sirve? No es el amor, no es la tradición, no la costumbre…lo que nos libra de volvernos extraños es el apoyo cuando hace falta.

Naturalmente, no estoy hablando de socialización, sentimiento de pertenencia e identidad…que también; hablo de necesidad; hablo de que la vida pasa demasiado rápido como para perder el tiempo esperando a que escampe, suponiendo que se nos aparecerá la virgen y mirando al horizonte de la punta de nuestra nariz mientras alrededor hay sufrimiento, soledad, abandono o precariedad entre los nuestros.
Grecia es un país del sur; los griegos se parecen a nosotros y en una familia tan larga como Los Tyrakis hay de todo: desde quienes aceptan con resignación -a la fuerza ahorcan- lo que les pasa, a quienes creen que aceptar sin más que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, eso que se dice de modo tan alegre e irresponsable, es de una gran miseria moral, muy poca calidad humana y la santificación de una injusticia criminal. Pasa allí. Y aquí.

Cuando Franco y el Movimiento Nacional, nos dijeron que los pilares de la sociedad eran el municipio, el sindicato y la familia. Pero aquella familia falsamente patriarcal y secretamente matriarcal (parece que fue ayer) se fue disolviendo en la modernidad hasta el punto de que hoy cabe dudar si cumple un papel que le fue propio, si no hay otras instancias que lo hagan: proveer de estabilidad emocional, sobre todo porque ya no podemos hablar, desde ese punto de vista y sin más, de “familia” y habría que precisar a qué tipo de familia nos referimos; y esto aplicando distintos criterios demográficos, socio-económicos, ideológico-culturales, etc.
No es ese el asunto, sin embargo. Lo es que un día de finales de 2008 nos levantamos pobres; así, de golpe. Y todo cambió. Como en Grecia, lo sucedido ha colocado a muchas familias españolas al borde del colapso -sean de un tipo u otro- y ha cercenado de un tajo las expectativas de muchos jóvenes y ya no tan jóvenes. Y hay muchos griegos y muchos españoles que viven en el filo de la navaja.

Este cambio radical, inesperado, ha obligado a muchos mayores a ayudar a sus hijos y/o a sus nietos, con un triple efecto: la merma efectiva de la capacidad económica de cuantos tiran de la pensión o de sueldos modestos, la frustración y la rabia de esos mayores que se esforzaron toda la vida para poder sentir la alegría de que los suyos volaran por sí mismos sin ataduras ni afectivas ni económicas y, lo más grave: la frustración y la rabia de quienes han de aceptar la ayuda siendo como son en muchos casos personas más preparadas que sus padres y deseosos de tener su propia vida sin depender de nadie; el futuro debería ser siempre una promesa o una esperanza, pero hoy es una amenaza.
Personalmente no creo en el modelo económico que lo explica todo a partir del crecimiento: el crecimiento crea empleo y este da lugar a la emancipación y el bienestar, nos dicen. Es una ecuación perversa como vemos cada día: en Grecia y aquí. Lo que proporciona ese paradigma no es otra cosa que desigualdad.

Lean Los Tyrakis. Puede que nos explique también a los españoles.