Son dudas que me corrompen el alma, especialmente en época electoral que es cuando renovamos ilusionados nuestra convicción democrática y le damos al magín debatiéndonos entre el voto útil y el que nos sale de las gónadas como un efluvio vivificante pero tal vez irresponsable.
Pienso en ese hombre, confuso y encerrado en casa o mirando
a derecha e izquierda desde la trinchera de su gorra de béisbol cuando sale a
comprar el pan. Me da cosita. Pedro Gómez de la Serna, diputado del PP de
patricia cabellera plateada, es una víctima de la ambigüedad o la ambivalencia.
Ya lo dice su amigo Rafael Catalá: “no ha cometido ninguna ilegalidad' y es una persona “con
valores”
Estamos,
obviamente, ante un caso de corrupción legal, en la medida que el pollo en cuestión
ha utilizado su condición de padre de la patria para enriquecerse. Podemos
acordar que es así aunque parezca, como diría un ilustrado, una contradictio in terminis. Porque si
Gómez de la Serna tiene valores como asegura el ministro de Justicia, pueden
ser al tiempo los que la mentada reliquia representa y los de la cecina de atún
que, tal vez para poner de manifiesto las contradicciones de la condición
humana, llaman los gaditanos “jamón de la mar” ; al cabo y en la práctica no hay tanta
diferencia, en efecto, entre el preparado costero y la chacina -más el chorizo que el pernil, eso sí- de tierra adentro
(de Cantimpalo, Segovia, para precisar) tal es la sabiduría andaluza que maneja el lenguaje
y filosofa al mismo tiempo, como quien se arranca por bulerías con la boca llena de tortillita de camarones...y lo borda.
A ver:
este atribulado representante público se obstina en ignorar, que el miembro -con perdón- de
la Santa, cuyo V Centenario está pasando como de puntillas por nuestra secular
burrez, puede ser exhibido y venerado sin cortapisa alguna, lo que no quita que
sea una cosa más fea que un dolor. Del mismo modo, la mojama está rica pero, tratándose
de una conserva en salazón, su consumo excesivo puede ser letal para los hipertensos.
Solo en su perplejidad a propósito de las críticas y
exigencias de suicidio político que está recibiendo cabe encontrar explicación
a su silencio. Si los órganos competentes del Congreso de los Diputados le dijeron
que podía seguir con sus actividades privadas, no comprende que ahora sus
propios compañeros de partido quieran cortar su noble cabeza solo porque les afea
la campaña electoral. Podría atender los requerimientos y largarse a la Bahamas
tan ricamente, pero se empeña en ser ejemplo de una categoría moral y civil nueva,
la del corrompido que protege la Ley, el instrumento que nos damos en
democracia para impedir la corrupción. Un mártir.
Ya si tal.