martes, 23 de diciembre de 2014

Que no nos representan.

"Mi conclusión es que no podemos reparar un mecanismo si no comprendemos cómo funciona. Y que la crisis de representación resulta en no poca medida de  esperar de la representación lo que no puede darnos, y de pedir a nuestros representantes que actúen precisamente del modo en que no deberían actuar”

El párrafo anterior es de un artículo de Giovanni Sartori publicado en el número 51 (recuperado en el 129) de esa pequeña pero preciosa joya que creó Antonio Fontán en 1990 y que sigue publicando la Universidad Internacional de La Rioja que se llama Nueva Revista.
El artículo de Sartori “A propósito de la representación en democracia” es de 1997 pero, a mi juicio, está de plena actualidad. Se me disculpará la simplificación, pero es que lo que voy a decir continuación es, a mi modo de ver, la expresión vigente (e interesada) de una forma de entender (bastante intransigente) el papel de los partidos políticos. Sartori va más allá de lo que sigue pero digamos que, en resumen, viene a afirmar que no podemos considerar que un representante político es sólo alguien responsable ante (los electores) a la manera que lo sería el abogado respecto de su cliente (el mandato imperativo) sino que también es responsable de (de sus actos en el ejercicio práctico de la función legislativa) Si quienes defienden la suficiencia de nuestro sistema de representación, a lo sumo con algunos retoques cosméticos, leen lo anterior sin duda se sentirán reforzados.
Pero Sartori añade enseguida que,  aún cuando la democracia liberal se origina en la idea (clásica, por otra parte) de que el gobierno por derechos de herencia debe ser sustituido por el del mérito, en la práctica, hoy estamos, más que ante gobiernos de “la mayoría” en gobiernos de “la cantidad” Más aún, si adobamos el guiso con una gotas de nepotismo, unas buenas dosis de corrupción sistémica y de eso que ya conocemos como casta (como es muy cansino explicar esto de la casta una y otra vez, si se tiene interés, en este enlace hay una documentada explicación que, además, contiene alguna sorpresa: http://www.lamarea.com/2014/08/19/el-concepto-casta-un-discurso-que-se-remonta-al-siglo-xix/) acabaremos seguramente concluyendo que “…el problema quizás no resida tanto en la representación como estructura cuando en los propios representantes” algo, que igualmente satisfará a quienes en la práctica no desean cambiar gran cosa o aplicar el conocido aforisma de cambiar algo para que nada cambie.
Sí, las mayorías, por el mero hecho de serlo, están investidas de legitimidad democrática; nada que objetar. Pero eso no puede ser suficiente. Hoy no. Claro que nuestros representantes políticos han de ser responsables y en absoluto solo mandatarios. Pero tampoco eso es suficiente, porque a estas alturas no vamos a conceder que el hombre es bueno por naturaleza y son las circunstancias de presión y temperatura las que le hacen perder el sentido común o la ética elemental. ¿Cómo conjugar valor y cantidad pues? ¿Cómo hacemos las reparaciones a las que se refiere Sartori en el párrafo citado al principio?

Desde luego que el otro fiel de la balanza no puede ser la llamada democracia directa, también conocida como jaula de grillos; parece obvio: deberíamos evolucionar sobre la base de reformas que pongan el acento, de verdad y no con fintas dialécticas imposibles, en reforzar, cosas tales como la iniciativa legislativa popular y las herramientas plebiscitarias (la tecnología permite hoy hacerlo con plenas garantías) apoyando e impulsando sin ambages -y sobre todo sin miedo- desde el poder político a las organizaciones de la sociedad civil (esas que creíamos dormidas hasta el 15M) e introduciendo mecanismos revocatorios que permitan el ejercicio del derecho de destituir de su cargo a los representantes electos antes de finalizar su mandato. Ah, tal vez no debamos ni siquiera hacer grandes discursos sobre esto…puede que sea mejor mirarse en el espejo de los países que ya han hecho parte del camino sin entretenerse en prejuicios. 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El Estado del Bienestar, los socialistas, la casta


Decir que el llamado estado del bienestar es un constructo que remite de manera exclusiva a la socialdemocracia, es propio de ignorantes. Suponer y repetir que “los socialistas” son aquellos que militan en los partidos socialistas tengan el nombre que tengan (no sé si, por ejemplo, en Italia puede decirse así en vista de que han perdido el adjetivo, complemento de identidad imprescindible en la comunicación humana) es absurdo. Y resumir que resulta injusto atribuir a los políticos tradicionales la definición de casta, es manipular; yo no conozco a nadie que haga tal cosa así, en general, sin matizar; sí se de quienes aseguran que sí los hay y ya pueden dar éstos explicaciones hasta el hastío que lo seguirán haciendo me temo.
El estado del bienestar:  aún cuando sólo nos atuviéramos a lo sucedido en Occidente y particularmente en Europa desde 1946, sería un reduccionismo histórico o una simpleza sin más atribuir su génesis y desarrollo a la socialdemocracia; basta acudir a fuentes múltiples y de fácil acceso para saber que la lucha por los derechos sociales tiene ilustres antecedentes ya mediado el siglo XIX y que, si modernamente  podemos hablar del Welfare State (tal es su nombre original, o Wohlfahrtsstaat, pues la referencia alemana añade matices en los que no cabe, por cierto, hallar trazas de socialismo por ninguna parte, que no es del caso sacar a colación ahora) esa denominación nos remite más a una especie de mosaico que tal vez podríamos identificar como algo así como el capitalismo moderno –no confundir con el neoliberalismo también llamado capitalismo de casino o lindezas similares- que a otra cosa: “El Estado de Bienestar ha sido –es- el resultado combinado de diversos factores (…) El reformismo socialdemócrata, el socialismo cristiano, élites políticas y económicas conservadoras ilustradas, y grandes sindicatos industriales fueron las fuerzas más importantes que abogaron en su favor y otorgaron esquemas más y más amplios de seguro obligatorio, leyes sobre protección del trabajo, salario mínimo, expansión de servicios sanitarios y educativos y alojamientos estatalmente subvencionados, así como el reconocimiento de los sindicatos como representantes económicos y políticos legítimos del trabajo…" La cita es de Claus Offe Contradicciones en el Estado del Bienestar. Madrid, Alianza, 1990. Cosa pues de mucha gente: elites de diversa extracción ideológica y, por cierto y sobre todo, de la gente… precisamente, esto es de quienes con su trabajo y el ejercicio y reivindicación de sus derechos los hacen posibles. Tradicionalmente y simplificando, la aportación de la socialdemocracia es la construcción del estado social (a menudo se añade …y democrático de derecho, pero eso no le corresponde en exclusividad) mediante reformas que deben dar lugar a la protección de la ciudadanía y en especial de las minorías más débiles, sobre la base de la justicia social y la extensión de la participación en el gobierno del Estado; también tradicionalmente se añade –ultimamente lo oigo mucho menos- que todo eso se hace para avanzar paulatinamente hacia el socialismo.

Los socialistas: vista mi afirmación del primer párrafo, no tendría sentido debatir al respecto. Y, desde luego, desde el punto de vista intelectual, la cuestión, en efecto, es irrelevante. Lo único que querría decir sobre el particular es algo de dimensión un tanto localista aunque también europea: que hay vida socialista más allá del PSOE o del “grupo de los socialistas europeos” incluso si de lo que hablamos es de socialdemocracia. Por eso resulta algo chocante observar el estado de ofensa sobrevenido en que parecen vivir quienes engrosan las filas de esas formaciones al suponer que conglomerados aún por definir, incluyen entre sus avances de propuestas programáticas, asuntos sobre los que los primeros creen tener la patente.  Sí, al César lo que es del César, pero las ideas no son patrimonio de  nada ni de nadie. Rosa Luxemburgo escribió “Entre las reformas sociales y la revolución, existe para la socialdemocracia un lazo indisoluble: la lucha por las reformas es su medio; la revolución social, su fin” Como doy por sentado que sigue siendo así sobre todo porque me parece entender que la gentes de buena fe izquierdista han comprendido que experiencias cuyo fin era tratar de embridar el capitalismo y ya (la nefasta Tercera Vía) han resultado un evidente fiasco, podemos coincidir dentro y fuera de las organizaciones políticas que gustan de lucir la escarapela de socialdemócratas ¿o no?
La casta: Ya digo, al César lo que es del César. O sea, que los gobiernos del PSOE desde 1978 hasta hoy son los que más han impulsado (digo “impulsado” papel que, efectivamente, corresponde a las elites; es la gente, como se ha dicho, quienes hemos hecho el trabajo)  el desarrollo de los derechos sociales que constituyen el andamiaje del Estado del Bienestar, es algo evidente; por más que en algunos ambientes se sostenga que sí, yo no he encontrado ninguna fuente de autoridad  tan estúpida como para negar una obviedad. “Yo soy el superaficionado;  los profesionales son pompas de mierda”. Eso decía Francis Picabía por oposición a la figura del diletante quien cree que por haber leído un libro ya es crítico literario, y esta referencia más o menos anecdótica puede extrapolarse al campo del ejercicio de la política tal vez para definir el primer rasgo de la casta: no importa la competencia o la pericia, más de treinta años de democracia formal dan para que, si no se pone especial cuidado, crezca y se desarrolle una estirpe cuyos valores y atributos no son precisamente el mérito y la capacidad…y no solo en la política como hoy vemos ya con claridad meridiana; apropiarse de presuntas verdades universales es un rasgo más, casi una consecuencia lógica.