Vivimos tiempos de paradojas:
El PP promueve una Ley de Transparencia y trata de venderla a la parroquia casi como
si cumpliera con un imperativo moral. Aplausos de la clá y de algún despistado
aunque bienintencionado tertuliano.
Pero la tal Ley es muy incompleta: deja fuera a la Casa Real
y, más allá de algunos lugares comunes, no se ha explicado por qué. Por lo
demás, el propio gobierno anunció una iniciativa novedosa que, por lo visto, ha
obtenido casi cuatro mil sugerencias
ciudadanas a través de una página web. Debe ser que yo no tengo el gusto de
conocer a ninguno de los cuatro mil consultados, porque por más que pregunto
nadie parece enterado de la iniciativa. Tampoco sabemos qué sugerencias se han
incorporado a la Ley o si todas fueron a parar a la papelera. Ignoramos por
último por qué el Gobierno convocó un debate entre 38 expertos (de éstos, sí conozco a alguno) para que
enriquecieran la norma y les ha hecho finalmente el mismo caso que a mi gato.
Son tiempos de paradojas, ya digo.
El Gobierno comparece mucho (Rajoy menos) ante el público y
sin embargo ha hecho fortuna una gracieta, según la cual unos hablan guindés y
otros montorés, de tal modo que es necesario interpretar si se refieren IVA
pongamos por caso, si aluden al prestigio indudable de nuestro sistema
financiero o están aportando novedades sobre la vida sexual de la escolopendra;
es decir, dicen cosas interesantes, sí (no como Valenciano, Cospedal o Floriano)
pero precisan de traducción o, en su defecto, de una lectura detallada y atenta
del Boletín Oficial del Estado en donde, me consta, se va a incorporar un lema
cuasi bíblico: “la verdad está aquí dentro”
Pero todo esto no es asunto solo del Gobierno, no crean. La
paradoja es mucho más intensa si cabe en el ámbito del periodismo.
El busto parlante de
un noticiero de televisión puede hablarnos de la “confianza” (o la desconfianza ) de los mercados, o que
los tales mercados “castigan” a España inflando la prima de riesgo; puede
referirse a la fractura política de Grecia y añadir que Europa se protege ante
una eventual salida del euro, etc. Y uno no sabe –porque no se explica jamás-
qué demonios le hemos hecho a los mercados para que no nos otorguen su
confianza, o porqué debemos ser
acreedores a tal distinción; no sabemos en qué les hemos ofendido para que
merezcamos el castigo que nos infligen ni quiénes son ellos para castigarnos;
ignoramos si los griegos son perversos por naturaleza o solo gente engañada
que, al paso que van los acontecimientos, se comerán entre ellos por los pies y
poco les importará ya el euro.
Verbigratia de lo que digo: Europa nos pone unos polis a
vigilar nuestro prestigioso, riguroso y bla,bla,bla sistema financiero; los
bendice el Banco de España, otra institución que, según dice Rodrigo Rato, es
también prestigiosa hasta las trancas. Y resulta que uno de los vigilantes
(independientes, mucho ojito) que tiene nombre de guarida corsaria (Blakrock)
es copropietaria de una agencia de calificación y, en estos días de la debacle
de Bankia ha encontrado el momento oportuno para adquirir más de cien mil
acciones de una tacada.
Otro caso: ¿Se acuerdan del arrebato patriótico por lo de
YPF? Pues resulta que un poco antes de la
boluda expropiación, la concha de su madre y tal, un tal Geoge
Soros que igual les suena, se deshizo de
un importante paquete de acciones.
Y nada de esto se cuenta en los medios de comunicación. Uno
tiene que enterarse por aquí y por allá; incluso de quien le dio el soplo a
Soros, o lo que es lo mismo, a los
mercados.
Sin embargo, estoy por dar la razón a algún compañero de la
prensa que duda, con evidente buena fe, de si no se sabrá incluso de más. O
sea, por ejemplo, tal vez si se contara todo lo que pasa en Bankia o lo que
puede pasar con el Fondo de Garantía de Depósitos, el personal correría a
esconder sus cuatro cuartos en una caja de zapatos bajo el colchón. O bien ¿de
qué nos vale saber que el déficit de las comunidades autónomas de Madrid,
Valencia y Castilla León es el doble (no un poco, no, el doble) de lo que
decían? ¿Gastaron más, mucho más de lo que ingresaron, eso que hoy es anatema?
¿mintieron sus gobernantes?¿no mintieron y sus mayores lo han sabido siempre y
entonces son ellos los mentirosos? Y qué más da, si lo que tenemos que hacer es
apretarnos el cinturón, cantar alegres hi,ho, hi ho, al tajo a trabajar (¿ o no
era asi?) como enanos, y salga el sol por Antequera.
Yo siempre pensé que una sociedad de ciudadanos informados
es una sociedad de personas libres y dueñas de su destino. Pero a lo peor es
que yo soy un alma de cántaro, que de tanto ir a la fuente…
Juan A. Cabrera