L a sencilla frase que encabeza este artículo es el lema del
Día de Europa que se celebra hoy 9 de mayo. Es así desde 1985 año en que quedó
instituida por los Jefes de Estado y de gobierno reunidos en el Consejo
Europeo. Se trata de recordar la conocida como
Declaración Schuman de 1950 que pasa
por ser el texto fundacional de la Unión Europea.
No me resisto a copiar aquí un párrafo de la Declaración:
“Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a
realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho. La
agrupación de las naciones europeas exige que la oposición secular entre Francia
y Alemania quede superada, por lo que la acción emprendida debe afectar en
primer lugar a Francia y Alemania”
Aunque la economía pasó enseguida a ser el leitmotiv de la Unión, las intenciones
de los fundadores son de orden político y se basaban en la necesidad de
conjurar el peligro de una tercera guerra mundial, amenaza bien patente en
aquellos tiempos.
Desde entonces ha llovido mucho, especialmente en Alemania y
Francia como si los dioses reconocieran también el papel protagonista que la
Declaración otorgaba a estas dos naciones. Tanto es así, que el lema en
cuestión podría matizarse con un “… sí,
pero con Francia y Alemania tirando del carro”
Visto lo visto, en todo caso, no es que juntos seamos más
fuertes que, ciertamente, es así, sino que no nos queda otra. Lo preocupante es
qué la crisis ha paralizado la construcción europea que, o será política como
quisieron los padres fundadores, o no será.
Si algo caracteriza a la Europa de los últimos sesenta años
es la construcción del estado del bienestar, esta es su seña de identidad más
característica. Más aún, cuando las instituciones de la Unión tuvieron
verdadero peso fue cuando la socialdemocracia y las fuerzas más conservadoras
estuvieron de acuerdo en alcanzar esas cotas de bienestar.
Ahora esa obra se desmorona a pasos agigantados y comienzan
a aparecer con fuerza suicida quienes siempre estuvieron dispuestos a incubar
el huevo de la serpiente. Son la criatura de la corrupción pero también de
quienes, debilitando al Estado, envuelven en un canto a la libertad sus
intereses insolidarios. No es fatalismo, no son designios de la historia, no
son ciclos inexorables: es el resultado de ceder el poder soberano de los
pueblos a instrumentos y entes a los que nadie otorgó la facultad de dirigir la
vida de la gente.
Cuando se redactó la Declaración
Schuman, el mundo acababa de salir de una guerra devastadora y se temía otro conflicto monstruoso. Ya no
se libran esa clase de batallas en el solar europeo; ya no se dan esas
confrontaciones globales (¿no?) Ahora las confrontaciones con incruentas (¿lo
son?) Pero lo que está en juego es nada menos que la democracia tan como
siempre se concibió en Europa, es decir, en el mundo.