Esta mañana me he levantado dándole vueltas a los
significados de las distintas derivaciones de la palabra tonto/a. A los que madrugamos sin ton ni son se nos ocurren estas
cosas cuando amanecemos. Luego nos enredamos en vivir y ya no tenemos tiempo para
lo importante.
Es una gran palabra el genérico tonto/a porque, sin ser malsonante ni especialmente hiriente en
principio, define bien a quien no llega a los estándares de la inteligencia
convencional; sí, ciertamente, nadie que yo sepa ha marcado con criterios objetivos esos
estándares, pero sabemos bien lo que decimos cuando nos referimos a los tontos/as y sus derivados.
Pero hay mucho más. El asunto es rico en matices cuando empezamos a detallar el concepto
mismo de tonto/a con variaciones diversas. Así, tontito/a
puede ser desde un calificativo especialmente cariñoso en lo muy íntimo, a la
definición de quien se muestra algo altivo y al tiempo tozudo; se refiere en
todo caso a quien careciendo de chispa (esto es, en realidad, común a todas las
variantes) merece sin embargo una cierta condescendencia pues sus ocurrencias,
pudiendo llegar a ser cargantes, no son desde luego peligrosas.
Tontorrón/a se
parece a tontito/a pero, si éste
tiene un algo que nos incomoda (quizás una cierta impostura) el/la tontorrón/a es un tonto/a que lo es de natural; se diría que es esencialmente bueno/a
y mientras que al/a tontito/a lo/a
imaginamos sonriendo de medio lado, al/a tontorrón/a
lo/a pensamos riendo con la boca desmesuradamente abierta y emitiendo ruidosas carcajadas
que alterna con hipidos sincopados y otros ruiditos.
Si los anteriores son vocablos que se vienen usando de
antiguo, hay otros acuñados más recientemente que merecen alguna palabra. Es el
caso de tontucio/a, tontarro/a, tontaco/a o tontuco/a.
Este último, se parece más a tontorrón/a que a tontito/a
pero con un plus de ternura; el/la tontuco/a
es amoroso/a y completamente inofensivo/a. Es tan bueno/a el/la tontuco/a que hasta puede resultar peligroso
para sí mismo de despreocupado que es con los vaivenes de la vida. Uno
abrazaría a los/las tontucos/as si no
fuera porque se pueden encariñar demasiado y resultar entonces francamente
pesados.
El/a tontucio/a
es como el/a tontuco/a pero, como se
diría en Andalucía, con mala follá. El tontuco/a,
verbigratia, jamás te contará un chiste; es que no los comprende. Tampoco los
entiende el/la tontucio/a, pero cree
que sí y, además opina de sí mismo/a que es gracioso/a. Ya se entiende pues con
este sencillo ejemplo, lo coñazo que pude llegar a ser la presencia cercana de
un/a tontucio/a.
Finalmente, tontarro/a
y tontaco/a tienen unas características
comunes: su persistencia contumaz en la tontería, su insistencia en hacerla
patente y una tendencia a dar por sentado que todo el mundo menos el/ella es estúpido. El/la tontarro/a, siendo
como el/la tontanco/a, un/a gran tonto/a, se diferencia de éste/a en
añadir a su condición la de hortera y tosco de maneras.
Si tontito/a, tontorrón/a, tontucio/a y tontuco/a
suelen permanecer en la esfera de lo privado, lo cercano, lo cotidiano, etc, (busquen entre sus allegados y verán que los hay respondiendo a cualquiera de las tipologías) tontarros/as y tontacos/as son legión en el ámbito de lo público (esto es más fácil aún de constatar) Los primeros
pueden incluso hacernos sonreir con sus tontadas. Los segundos a menudo tienen
poder y, por tanto, maldita la gracia que hacen.
Y no me pidan nombres, que me vengo arriba.