miércoles, 17 de julio de 2013

Los jóvenes

El domingo 7 de julio, el escritor chileno Jorge Edward reflexionaba (algo confuso, me parece) a propósito de la intervención de los jóvenes en la política: “El voto de los jóvenes” http://elpais.com/elpais/2013/06/28/opinion/1372439144_485173.html

Por resumir rápidamente: Edward, que utiliza para sus cavilaciones los recientes ejemplos de las protestas en Turquía (un anhelo de modernidad) y Brasil (las exigencias de una clase media creciente y pujante) cree que la presencia de los jóvenes en la política es un enigma y un desafío y que harían bien los “políticos maduros” en combinar sabiamente la conveniencia de que las medidas a aplicar estén “dominadas por el sentido de lo posible” con la idea de que la imaginación es una necesidad.
Los ejemplos turco y brasileño (naturalmente también los de las distintas realidades que damos en agrupar algo artificiosamente bajo la denominación de Primavera Árabe) me parecen de lo más apropiado para referirse a un asunto que tiene múltiples perfiles.

En lo inmediato, no deja de ser un tanto sorprendente lo que sucede:
El islamismo de perfil moderado del gobierno de Erdogan y el partido que los sustenta, el AKP, representa en cierto sentido, la reacción frente a los ideales de una sociedad más abierta, así es que tiene sentido que en las manifestaciones se utilizara como emblema la fotografía de Atatürk, el fundador de la Turquía moderna hace ahora noventa años. La respuesta de Erdogan ha sido la represión y la intransigencia.

En Brasil, las manifestaciones tienen enfrente al Gobierno que se apoya en el Partido de los Trabajadores de Lula (siempre será de Lula), el de los presupuestos participativos; el de Porto Alegre; ese al que pertenece Dilma Roussef que no dudó en su momento en mandar a casa a nada menos que siete ministros sospechosos de corrupción de una tacada. Roussef se me antoja superada por los acontecimientos, como si pensara ¿cómo puede pasarme esto a mí?
Los ejemplos de Turquía y Brasil me interesan por razones distintas a las de Edwards (aunque tal vez no tan distintas):

Ciertamente que, en ambos casos, la mayoría de quienes han hecho visibles las protestas son jóvenes. Pero no provienen de la remota y pobre Anatolia ni han bajado al centro de Sao Paulo desde las favelas. Son los hijos –ya digo- de las clases medias: con aspiraciones europeas (me refiero al estilo de vida) o, según la terminología al uso, emergentes. Es decir, quieren lo que ven al alcance de la mano, y tienen prisa. Quieren, lo que en España y, más ampliamente en el sur de Europa, teníamos y estamos perdiendo a toda velocidad.
Esa mixtura entre “lo posible” y “la imaginación” a la que se refiere Edwards es el espacio político, cultural, vital, en el que se desarrollan esos anhelos de bienestar. Entre nosotros, el neoliberalismo que ha logrado copar prácticamente todos los resortes del poder, ha decidido que nuestras vidas han de estar sujetas a una determinada idea de la eficiencia tan falsa como socialmente destructiva; Y, quien la padece es, sobre todo y como no podía ser de otro modo, la clase media.

Aquella, la de Turquía o la de Brasil (o Chile, o Túnez…) es una realidad. Y esta de aquí, es otra. La novedad es que están conectadas, de tal suerte que los jóvenes de allá y de acá comparten el espíritu de todos esos movimientos en una especie de intercambio constante y fecundo. Las redes sociales y la movilidad hacen que sea así. Ciertamente siempre habrá quienes se acomoden a cualquier cosa, aunque suponga la propia aniquilación, quienes sigan prefiriendo esnifar pegamento aunque acabe matándoles.
Pero la involución que protagoniza el AKP o la perplejidad de los dirigentes del Partido de los Trabajadores son las expresiones extremas de la actitud del viejo mundo (¿acaso no son las mismas actitudes que vemos en Europa en la derecha y en la izquierda convencionales con distintos trajes?) ante algo que se me antoja imparable. Lo que no sé es cuándo ni cómo explotará… pero lo hará; así ha sido siempre a lo largo de la historia.