martes, 9 de octubre de 2012

Los políticos y la gente


A estas alturas me sigue sorprendiendo la estupidez humana. Ayer oí decir a un dirigente del PSOE que la desafección de la gente por los políticos es el resultado de la acción de gobierno del PP. Si a declaraciones similares se añade la estulticia de todo un presidente cuando no se sonroja al perpetrar el ya celebrado comentario sobre las mayorías silenciosas, tendremos un cuadro deprimente y, visto que no aprenden, una desagradable sorpresa continua.

Y me estoy refiriendo solo a perlas que están en el pasivo de los grandes partidos. Evito traer a colación otras que invitan a la risa o al llanto alternativamente y que pertenecen a otros grupos menores, tan solo por no aburrirles.

Da lo mismo si los estudios de opinión muestran que nuestro desdén por la clase política (en realidad por la clase dirigente en general) no sabe de colores. Da lo mismo que para cualquier observador honesto y ni siquiera demasiado perspicaz eso sea evidente. Responderán echándole la culpa a otro o inventándose alguna operación de maquillaje más o menos pomposa como ese plan para la regeneración democrática que se quiere sacar de la manga el PP.

Habrá también entre los comentaristas de toda clase de tertulias quienes verán en esta actitud distante y crítica de la ciudadanía un peligro: puede derrumbarse el edificio que construyó la transición o el sistema de partidos o la democracia occidental, advierten. Salen poco y, en consecuencia, su soberbia intelectual les impide apreciar lo que de verdad ocurre.

Se nos dijo con ocasión del 25 S que  los promotores querían tomar el Congreso, dar por finiquitada la legislatura y abrir un proceso constituyente. Y, en efecto, hubo quien propuso tales cosas pues, ya digo, la estupidez humana es infinita. Pero el común de los mortales se desternillaría de risa ante tamañas acusaciones si no fuera porque no tiene maldita la gracia lo que nos pasa.

No. Cuando la ciudadanía dice que el tercero de sus problemas (según la última entrega del CIS) es la clase política, tras el paro y la economía en general, no deberían sentir temor quienes quieren salvarnos de nuestros instintos socialmente suicidas. La gente no está por la labor de derribar ningún palacio de invierno. No es “la política” ni siquiera “los políticos” son estos políticos y su incompetencia, su corrupción, su alejamiento de aquellos a quienes dicen representar, su incapacidad para ilusionarnos, su apelación al miedo o a la idea de que no hay alternativas, su mendaz intento de disfrazar de orden lo que es liberticida; es todo eso y mucho más lo que provoca desafección.

No se preocupen nuestro padres de la patria; la sociedad es más madura de lo que ellos creen (esta ignorancia, real o pretendida es otra de las razones del alejamiento) No vamos a salir corriendo detrás del primer profeta que aparezca abandonándolo todo en tropel.

Pero si siguen permitiendo que esta crisis anule la acción política; si consienten que, como escribía (El desprecio de los políticos) Germán Cano en El País del pasado día 9, el horizonte político se encoja “hasta reducirse  un mero dominio tecnocrático excluido de todo proceso de deliberación público” serán ellos, los políticos –de todo signo ideológico, no nos equivoquemos- los únicos responsables de un futuro que ya negrea a la vuelta de la esquina.

El domingo último, Jordi Évole entrevistaba a un economista alemán en su exitoso programa televisivo. En alusión a los conocidos como minijob, el susodicho venía a asegurar, con una sinceridad que debe agradecerse entre tanto eufemismo culposo y necio, que es o eso, o nada. Es exactamente el mismo argumento que utilizan ciertos negocios delincuentes (y quienes los sostienen) que mantienen talleres semiclandestinos en donde se cosen zapatillas de deporte que luego se venderán en occidente bajo marcas muy conocidas: es eso o la miseria, aseguran poniendo cara de benefactores.

Es falso que Rajoy esté haciendo lo que no le gusta hacer. No se trata de que guste o no. Eso es jugar al despiste. Es que la derecha (el centro no existe, ni en realidad ha existido nunca, aunque ahora no esté de moda reflexionar la respecto) hace lo que corresponde en un contexto en que pierde la ideología y gana el mercado. Responde a su naturaleza y, en ese sentido, es coherente.

Lo verdaderamente preocupante es la inacción de la socialdemocracia o lo que queda de ella. No me atrevería yo a tanto, pero ya hay quien cree que este silencio, esta blanda oposición, esta falta de ideas, este no querer mirar a su alrededor, sacudirse la impronta de casta y tratar de aprovechar fuerzas en presencia, poderosas pero carentes de la estructura necesaria para el ejercicio del poder político (claro que me refiero al 15-M al 25-S, a tantos movimientos en esa órbita, ¿o hay otra cosa?) es connivencia con el estatu quo, cuando no, complicidad por omisión.

Dejen pues de insultar la inteligencia del personal. La gente honesta, la ciudadanía, nos alejamos de los políticos porque han dejado de ofrecer respuestas. No queremos destruir las instituciones; no hace falta que las blinden con vallas y policías. No las usen para esconder su responsabilidad. Son nuestras y ustedes están allí de prestado.