A estas alturas me sigue sorprendiendo la estupidez
humana. Ayer oí decir a un dirigente del PSOE que la desafección de la gente
por los políticos es el resultado de la acción de gobierno del PP. Si a
declaraciones similares se añade la estulticia de todo un presidente cuando no
se sonroja al perpetrar el ya celebrado comentario sobre las mayorías
silenciosas, tendremos un cuadro deprimente y, visto que no aprenden, una
desagradable sorpresa continua.
Y me estoy refiriendo solo a perlas que están en el
pasivo de los grandes partidos. Evito traer a colación otras que invitan a la
risa o al llanto alternativamente y que pertenecen a otros grupos menores, tan
solo por no aburrirles.
Da lo mismo si los estudios de opinión muestran que
nuestro desdén por la clase política (en realidad por la clase dirigente en
general) no sabe de colores. Da lo mismo que para cualquier observador honesto
y ni siquiera demasiado perspicaz eso sea evidente. Responderán echándole la
culpa a otro o inventándose alguna operación de maquillaje más o menos pomposa
como ese plan para la regeneración democrática que se quiere sacar de la manga
el PP.
Habrá también entre los comentaristas de toda clase de
tertulias quienes verán en esta actitud distante y crítica de la ciudadanía un
peligro: puede derrumbarse el edificio que construyó la transición o el sistema
de partidos o la democracia occidental, advierten. Salen poco y, en
consecuencia, su soberbia intelectual les impide apreciar lo que de verdad
ocurre.
Se nos dijo con ocasión del 25 S que los promotores querían tomar el Congreso, dar
por finiquitada la legislatura y abrir un proceso constituyente. Y, en efecto,
hubo quien propuso tales cosas pues, ya digo, la estupidez humana es infinita.
Pero el común de los mortales se desternillaría de risa ante tamañas
acusaciones si no fuera porque no tiene maldita la gracia lo que nos pasa.
No. Cuando la ciudadanía dice que el tercero de sus
problemas (según la última entrega del CIS) es la clase política, tras el paro
y la economía en general, no deberían sentir temor quienes quieren salvarnos de
nuestros instintos socialmente suicidas. La gente no está por la labor de
derribar ningún palacio de invierno. No es “la política” ni siquiera “los
políticos” son estos políticos y su incompetencia, su corrupción, su
alejamiento de aquellos a quienes dicen representar, su incapacidad para
ilusionarnos, su apelación al miedo o a la idea de que no hay alternativas, su
mendaz intento de disfrazar de orden lo que es liberticida; es todo eso y mucho
más lo que provoca desafección.
No se preocupen nuestro padres de la patria; la sociedad
es más madura de lo que ellos creen (esta ignorancia, real o pretendida es otra
de las razones del alejamiento) No vamos a salir corriendo detrás del primer
profeta que aparezca abandonándolo todo en tropel.
Pero si siguen permitiendo que esta crisis anule la acción
política; si consienten que, como escribía (El
desprecio de los políticos) Germán Cano en El País del pasado día 9, el
horizonte político se encoja “hasta reducirse
un mero dominio tecnocrático excluido de todo proceso de deliberación público”
serán ellos, los políticos –de todo signo ideológico, no nos equivoquemos- los únicos
responsables de un futuro que ya negrea a la vuelta de la esquina.
El domingo último, Jordi Évole entrevistaba a un
economista alemán en su exitoso programa televisivo. En alusión a los conocidos
como minijob, el susodicho venía a
asegurar, con una sinceridad que debe agradecerse entre tanto eufemismo culposo
y necio, que es o eso, o nada. Es exactamente el mismo argumento que utilizan
ciertos negocios delincuentes (y quienes los sostienen) que mantienen talleres
semiclandestinos en donde se cosen zapatillas de deporte que luego se venderán
en occidente bajo marcas muy conocidas: es eso o la miseria, aseguran poniendo cara
de benefactores.
Es falso que Rajoy esté haciendo lo que no le gusta hacer.
No se trata de que guste o no. Eso es jugar al despiste. Es que la derecha (el
centro no existe, ni en realidad ha existido nunca, aunque ahora no esté de
moda reflexionar la respecto) hace lo que corresponde en un contexto en que
pierde la ideología y gana el mercado. Responde a su naturaleza y, en ese
sentido, es coherente.
Lo verdaderamente preocupante es la inacción de la
socialdemocracia o lo que queda de ella. No me atrevería yo a tanto, pero ya
hay quien cree que este silencio, esta blanda oposición, esta falta de ideas,
este no querer mirar a su alrededor, sacudirse la impronta de casta y tratar de
aprovechar fuerzas en presencia, poderosas pero carentes de la estructura necesaria
para el ejercicio del poder político (claro que me refiero al 15-M al 25-S, a
tantos movimientos en esa órbita, ¿o hay otra cosa?) es connivencia con el estatu quo, cuando no, complicidad por
omisión.
Dejen pues de insultar la inteligencia del personal. La
gente honesta, la ciudadanía, nos alejamos de los políticos porque han dejado
de ofrecer respuestas. No queremos destruir las instituciones; no hace falta
que las blinden con vallas y policías. No las usen para esconder su responsabilidad.
Son nuestras y ustedes están allí de prestado.