domingo, 15 de diciembre de 2013

Estallido social



 

Con apenas unas horas de diferencia han coincidido la muerte en Sevilla de tres miembros de una misma familia por consumir alimentos en mal estado y una enésima manifestación, esta vez contra la futura Ley de Seguridad Ciudadana. En la mejor de las estimaciones, a esta concentración en los alrededores del Congreso de los Diputados asistimos unas 5.000 personas.
 
Cuando la Ley Corcuera, aquel leño de ministro llegó a decir que poco podía importar al probo ciudadano una norma represiva como aquella: si nada tienes que ocultar, nada tienes que temer, venía a proclamar.

Ahora comanda la represión un meapilas que nunca diría cosas así, pues es persona de orden y verbo ponderado. Más aún, seguramente considerará que es pura demagogia si no cosa de Belcebú relacionar el fallecimiento de una familia obligada por la política del Gobierno en el que milita el monago a alimentarse en los contenedores de la basura, con las protestas de la gente de baja estofa, es decir, médicos, maestros, funcionarios, bauseros, empleados de lavandería, mineros, los que dan luz a los semáforos, los del metro, pensionistas, preferentistas, desahuciados…los que no forman parte de la mayoría silenciosa…y sensata que diría su jefe el mentiroso.
De acuerdo con el Ministerio del Interior, en el primer año de gobierno de Rajoy y los suyos, se celebraron más de 36.000 manifestaciones en España. La respuesta de los golpistas en diferido en forma de simulación a la voz de la gente es la Ley de Seguridad Ciudadana y la subsiguiente de Seguridad Privada, ambas aceptadas sin rechistar por los ciudadanos sensatos y mudos, que el que calla otorga como dice una máxima de aplicación en todas las dictaduras. Las dos están preñadas de preceptos inconstitucionales y las dos serán recurridas; no deberían preocuparnos por tanto pero es que, vista la celeridad y ecuánime juicio con que suele pronunciarse el Alto Tribunal, cuando estas normas sean derogadas, ya habrán hecho mucho daño.

Dice Cayo Lara que todo esto va a provocar un estallido social. Si nos atenemos a la manifestación a la que me refiero al principio, pues no parece que sea así. Si miramos el carácter y la dimensión de ese elevado número de colectivos que salen a la calle casi de continuo a protestar por lo suyo (o por lo de todos, según se mire) uno empieza a pensar que deben tener razón los que aseguran que secularmente los españoles somos un pueblo de extremos. No nos gusta el lío, aguantamos lo indecible, somos pacíficos casi siempre e incluso cuando vociferamos en la calle (sumisos dicen otros) pero cuando nos ponemos, hacemos tabla rasa y nos llevamos por delante lo que sea; no sé si se referirá a eso Lara.
O puede que no. Puede que no sea nada de eso; que nuestro Lenin de salón esté manifestando más un deseo que formulando una predicción fundada y hayamos involucionado hasta el punto de que si llamamos bruto (no salvaje, asesino o hijo de puta, no crean) a un guardia, éste estima que se trata de un insulto intolerable a la autoridad y nos ponen una multa de cuantía absurda por ello, aceptemos la ruina y la indignidad sin más pensando que debiéramos ser como la gente educada en buenos colegios que sabe moderar (modular, por mejor expresión de quienes saquean nuestras libertades) su genio y su lenguaje. O que si un vigilante del supermercado (o la cajera, qué más da) al que solemos ir barrunta que estamos delinquiendo y nos detiene, será porque algo raro hemos debido de hacer, incluso si es sin darnos cuenta, pues estamos obligados a cuidar de que no se altere el orden establecido con despistes que den a entender comportamientos ambiguos y, por tanto, sospechosos.

Al fin y al cabo, muere una familia en Sevilla a la que la vergüenza no le permitía hacer visible su miseria y prefería alimentarse de mierda en silencio y, como mucho, nos quedamos perplejos o se fijan días de luto o se ponen banderas a media asta…y hasta la próxima.
¿Saben qué? Me cuesta mucho amar a mi país.