lunes, 23 de enero de 2017

Trump es gilipollas. Lo dice la RAE.



De la misma manera que, por mucho que la parroquia se empeñe en votar a quien le roba, eso no hace mejor al ladrón (si acaso degrada a quien le jalea) ocurre algo parecido con los gilipollas.

El otro día en una tertulia, o más bien reality en forma de tertulia, de una televisión, Javier Sardá resumía su opinión sobre Donald Trump asegurando que es un gilipollas. Tiene razón y la Real Academia de la Lengua se la da. Dice el Diccionario que tonto es “persona falta o escasa de entendimiento o de razón”; en efecto, Trump lo es. Pero no parece suficiente. Gilipollas en cambio, dice el DRAE, es “necio o estúpido”, lo cual define la autoridad lingüística como “ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber; falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice
Pero hay un atributo que la RAE no recoge y que a mi me parece definitivo. El tonto puede ser hasta entrañable; de ahí que tengamos tontorrones, tontacos, tontucios, tontines, tontitos, etc (en este mismo blog escribí hace tiempo un ensayo un poco tonto sobre esta materia, que no cito, porque citarse a uno mismo es una tontería) No ocurre tal en absoluto con los gilipollas, que serían asimilables a lo que en Andalucía llaman malafollá. No hay que fiarse del tonto pues podría causar daño sin darse cuenta, en el mero ejercicio de su idiotez; pero el malafollá o gilipollas, en su terquedad y porfía, lleva implícita la maldad.
Los tontos pueden tener poder como ya dejó demostrado mi buen amigo Diego Armario (Los tontos con poder, Editorial Almuzara 2006) Su capacidad para hacer daño depende, por así decir, de las condiciones de presión y temperatura, como los gases raros que, también llamados nobles en una aparente paradoja, pueden ser, en determinadas circunstancias, más perniciosos para el calentamiento global que el dióxido de carbono incluso.
Por ejemplo: das carta blanca a Federico Trillo ante un incidente ridículo como el de la Isla de Perejil y es capaz de provocar un conflicto internacional, pero no va a más porque en realidad no hay sustancia; no es casus belli que diría un experto algo tontín. Es la obra de un tonto con poder. Pero si de lo que se trata es de gestionar una catástrofe como la del Yak 42, entonces el mero tonto deriva en “ignorante…falto de inteligencia o de razón; terco y porfiado en lo que hace o dice” es decir, es la obra de un gilipollas.
Lo cual nos lleva a concluir, como ya sospechábamos, que todo gilipollas lleva en su interior un tonto, aunque no todo tonto acabe siendo un gilipollas peligroso.
Gente sesuda se ha pronunciado sobre el tema. Desde Erasmo hasta Forrest Gump. A mi me gusta especialmente el ensayo de Carlo Maria Cipolla Allegro ma non troppo de 1988 en el que expone su Teoría de la Estupidez. Les recomiendo su lectura; vayan a Amazon y encontrarán este libro baratito. Descubrirán que Cipolla da por estúpido al gilipollas, quizás porque en italiano lo más parecido sería la expresión mezzasega que no es del todo equivalente. Cipolla elaboró cinco leyes fundamentales de la estupidez (de la gilipollez según mi, tal vez, tonta interpretación) la tercera de las cuales reza: “Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso”
En el caso de Trump no estamos en ese punto, es decir, que aún no ha causado daño sin obtener ganancia y/o provocado daño a su país, a sus paisanos o allende el imperio. Pero eso lo único que demuestra es que Sardá, además de un fino observador del devenir internacional y la condición humana, es profeta; lo cual quizás sea una tontería pero, en todo caso, no es ninguna gilipollez.