De la misma manera que, por mucho que la parroquia se empeñe en votar a quien le roba, eso no hace mejor al ladrón (si acaso degrada a quien le jalea) ocurre algo parecido con los gilipollas.
El otro día en una tertulia, o
más bien reality en forma de tertulia,
de una televisión, Javier Sardá resumía su opinión sobre Donald Trump
asegurando que es un gilipollas. Tiene razón y la Real Academia de la Lengua se
la da. Dice el Diccionario que tonto es “persona falta o escasa de
entendimiento o de razón”; en efecto, Trump lo es. Pero no parece suficiente.
Gilipollas en cambio, dice el DRAE, es “necio o estúpido”, lo cual define la
autoridad lingüística como “ignorante y
que no
sabe lo
que podía o debía
saber; falto de
inteligencia o
de razón;
terco y porfiado en
lo que hace
o dice”
Pero hay un atributo que la
RAE no recoge y que a mi me parece definitivo. El tonto puede ser hasta
entrañable; de ahí que tengamos tontorrones,
tontacos, tontucios, tontines, tontitos, etc (en este mismo blog
escribí hace tiempo un ensayo un poco tonto sobre esta materia, que no cito,
porque citarse a uno mismo es una tontería) No ocurre tal en absoluto con los
gilipollas, que serían asimilables a lo que en Andalucía llaman malafollá. No hay que fiarse del tonto
pues podría causar daño sin darse cuenta, en el mero ejercicio de su idiotez; pero
el malafollá o gilipollas, en su
terquedad y porfía, lleva implícita la maldad.
Los tontos pueden tener poder
como ya dejó demostrado mi buen amigo Diego Armario (Los tontos con poder, Editorial Almuzara 2006) Su capacidad para
hacer daño depende, por así decir, de las condiciones de presión y temperatura,
como los gases raros que, también llamados nobles en una aparente paradoja,
pueden ser, en determinadas circunstancias, más perniciosos para el calentamiento
global que el dióxido de carbono incluso.
Por ejemplo: das carta blanca
a Federico Trillo ante un incidente ridículo como el de la Isla de Perejil y es
capaz de provocar un conflicto internacional, pero no va a más porque en
realidad no hay sustancia; no es casus
belli que diría un experto algo tontín. Es la obra de un tonto con poder. Pero si de lo
que se trata es de gestionar una catástrofe como la del Yak 42, entonces el mero
tonto deriva en “ignorante…falto de
inteligencia o
de razón;
terco y porfiado en
lo que hace
o dice” es decir, es la obra
de un gilipollas.
Lo cual nos lleva a concluir,
como ya sospechábamos, que todo gilipollas lleva en su interior un tonto,
aunque no todo tonto acabe siendo un gilipollas peligroso.
Gente sesuda se ha pronunciado
sobre el tema. Desde Erasmo hasta Forrest Gump. A mi me gusta especialmente el
ensayo de Carlo Maria Cipolla Allegro ma
non troppo de 1988 en el que expone su Teoría de la Estupidez. Les
recomiendo su lectura; vayan a Amazon y encontrarán este libro baratito.
Descubrirán que Cipolla da por estúpido al gilipollas, quizás porque en
italiano lo más parecido sería la expresión mezzasega
que no es del todo equivalente. Cipolla elaboró cinco leyes fundamentales de la
estupidez (de la gilipollez según mi, tal vez, tonta interpretación) la tercera
de las cuales reza: “Una persona es estúpida si causa daño a otras personas
o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o incluso peor,
provocándose daño a sí misma en el proceso”
En
el caso de Trump no estamos en ese punto, es decir, que aún no ha causado daño
sin obtener ganancia y/o provocado daño a su país, a sus paisanos o allende el imperio. Pero eso
lo único que demuestra es que Sardá, además de un fino observador del devenir
internacional y la condición humana, es profeta; lo cual quizás sea una tontería pero, en todo caso, no es ninguna gilipollez.