jueves, 12 de enero de 2017

Neoliberales y reformistas ante el cambio climático


En mi anterior post (El Congreso de los Diputados seguirá "estudiando" el cambio climático) mencioné la actitud que durante décadas ha tenido la llamada izquierda reformista a propósito del cambio climático. Obsérvese que no empleo el término “socialdemocracia” en vista de que a estas alturas a mi -con franqueza y sin duda por mi torpeza-  me resulta difícil comprender qué es.

No es una afirmación a humo de pajas. Bastaría con analizar al detalle cual viene siendo el posicionamiento del reformismo al respecto de los cuatro pilares de la ideología dominante que, para entendernos, llamaremos neoliberalismo: la creciente privatización, (o privatización de la gestión, como reza el eufemismo al uso) de sectores, primero estratégicos y luego de servicios, que antes fueron de propiedad pública; la desregulación creciente del sector privado especialmente en la economía global mediante la firma de acuerdos de libre comercio e inversión regionales, bilaterales, multilaterales que, merced a su carácter vinculante y coercitivo puede obligar por encima de los intereses ciudadanos de los estados incluso si se expresan en las tradicionales instituciones y estructuras legislativas y los aparatos judiciales; el posicionamiento ajeno a los problemas del clima de organizaciones transnacionales de gran influencia como el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio; y la permisividad en materia de evasión fiscal para las grandes fortunas y las multinacionales.
El estado del bienestar es una criatura (aunque no solo) de la socialdemocracia. Esa es una verdad histórica si se me permite la broma semántica y la justicia poética. Pero su deterioro creciente es directamente proporcional al éxito de la ideología dominante: entre los muchos indicadores, bastaría con observar la evolución de los índices de desigualdad en el mundo en, por ejemplo, los últimos veinte años, un periodo que ha visto gobiernos de toda índole y condición en Occidente.

En lo que hace al cambio climático, o a la lucha contra el cambio climático, sucede exactamente lo mismo (en otro momento escribiré sobre la relación que hay, precisamente, entre la extensión de la pobreza y los daños al medio ambiente; que la hay) es decir, que la gravedad de nuestro problema global con el clima tiene que ver directamente con la salud del neoliberalismo, porque esos cuatro pilares a los que antes me referí son una especie de muro ideológico que impide de un modo u otro, directa o indirectamente, una respuesta seria y ordenada al problema global; es incompatible con las medidas que debieran tomarse con urgencia a fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Un ejemplo entre los posibles de lo que quiero decir, a sabiendas de que meramente lo enuncio porque una explicación en detalle excede las pretensiones de este breve post: la deslocalización de empresas es a menudo la respuesta a la regulación local, las exigencias sindicales, las dificultades logísticas, etc. Las consecuencias para el país de origen son, como sabemos, la destrucción de puestos de trabajo y por tanto el empobrecimiento, entre otras. Pero, además, es habitual que se trasladen industrias sucias que reciben buena acogida en países que están reclamando un lugar y un derecho en la loca carrera por el crecimiento y el desarrollo (China, India, Brasil…) al que no desean renunciar, con lo que el problema medioambiental se agrava. Eso sí, la fórmula proporciona cierta tranquilidad de conciencia a nuestro muy liberal y desarrollado establishment: nosotros creamos el problema, pero son ellos los que contaminan.

Lo mencioné de pasada: el crecimiento. Ese dios ante el que se inclinan todos, neoliberales y reformistas.
Sí, los segundos matizan y aseguran que hay que poner límites al sacrosanto mercado, que hay que regular la actividad privada y ponerle rostro humano a la globalización, es decir, que hay que embridar al capitalismo financiero, extractivo y especulativo, o sea, lo que vienen diciendo desde que se vino abajo el Muro de Berlín, a lo que parece, con escaso éxito. Y su fórmula para luchar contra el cambio climático parece ser sustituir el modelo económico por otro que en sustancia no es distinto del vigente, pero con soluciones verdes.

Pero eso ya no es suficiente. ¿Es bueno, por ejemplo, disponer de electrodomésticos más eficientes? Claro, eso está bien y, además, no va contra las reglas de mercado sino más bien todo lo contrario? Por supuesto ¿Quién en su sano juicio puede negar eso? Pero ¿Y si resulta que la industria hace eso y en paralelo aplica la obsolescencia programada de las máquinas a fin de forzar el consumo que acaba generando más residuos -muy verdes eso sí- que antes?
¿Crecer hasta el infinito en un planeta finito? ¿Basta con hacerlo limpiamente? Es un contrasentido; parece mentira, pero es un contrasentido que no opera como tal en nuestras sociedades; nos parece una obviedad pero nos comportamos como si no lo fuera. Y eso que, además, es muy estúpido. No tenemos tiempo, se nos debe de meter esto en la mollera. Aunque nos pusiéramos mañana mismo a la titánica empresa de cambiar el modelo productivo y, sobre todo, el modelo energético, el estado actual de la tecnología no nos permitiría el milagro a tiempo: el aumento de la temperatura global en 2 grados es ya inevitable. ¿Qué hacer entonces?

Pues como dice Naomí Kleim en Esto lo cambia todo (S&M 2014) “lo que podamos” Y lo que podamos no concierne a la ideología dominante: no hará nada, sencillamente porque como ya he dicho, hacerlo va contra su razón de ser. Pero no sería poca cosa que la izquierda abandonara ya esa especie de perpleja complacencia y construyera un discurso basado en cuestionar el crecimiento como paradigma, en la limitación del consumo en general y contra el despilfarro energético en particular. ¿Que eso tiene un cierto aroma utópico? Claro, por eso digo que es a la izquierda a quien le corresponde hacerlo.

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